lunes, 6 de agosto de 2018

Moscú no cree en lágrimas y el maleconazo

 Cuando en 1980 este memorable filme se llevó la estatuilla a la mejor película extranjera en los premios Oscar la más fiel amiga en el Caribe de la indestructible Unión Soviética se revolvía en un caos social y político con los acontecimientos de la Embajada del Perú y más seguido con el éxodo del Mariel.

Si en los setenta el batacazo de los Diez Millones Van, que finalmente no fueron, no hizo temblar a la Isla ni sus gobernantes sino que nos abrazamos más en la construcción de hombre nuevo; en los ochenta con aquel revés convertido en victoria, Cuba volvió a salir adelante, fortalecida y con un incondicional apoyo  de la URSS y las naciones socialistas europeas que intentaron, por medio del Ministro de Economía cubano inculcarnos su estilo de vida socialista, algo que duró tan sólo un quinquenio, porque con esa clara visión que siempre tuvo el gran dirigente de la nación cubana, pronto comprendió, que esa fórmula socialista de la europa del este, no encajaba nada bien en las costumbres de la Isla.

Los cubanos tenemos un pequeño problema con los finales y principios de las décadas. Algo se confabula para que nuestras vidas se agiten un poco. En 1492 se apareció Colón; en 1762 a los ingleses se les ocurrió que La Habana podía pertenecer a su Corona. En 1868 la Guerra de los Diez Años, mientras que en el 98 la guerra que nos trajo la independencia de nuestra Madre Patria. Si avanzamos para el siglo XX, tenemos que Batista decide dar un glope de estado en 1952 y en el 59 comenzamos la construcción de una nueva sociedad que cada diez años se estremece un poco. En el setenta una titánica zafra que generó más deudas que logros. En el ochenta la Embajada del Perú seguido por el Mariel.

Sin embargo, si en los treinta años anteriores de Revolución se sobrepuso a cada evento desafortunado con pipas de cervezas, carnavales para el pueblo e incondicional ayuda del hermano pueblo soviético, al encontrarnos con la crisis que se avecinaba en el 90, ya no fue así. Primero guardamos silencio ante las convulsiones socio-políticas en las tierras de nuestros hermanos de clase. El mundo socialista se estaba cayendo a pedacitos mientras nosotros nosotros haciamos como el avestruz. Terminamos por llorar e invitar al líder sovietico timonel de la Perestroika, para intentar que hiciera, al menos una excepción con nosotros, pero los dados estaban echados: cada cual que sobreviva y escoja su destino por sus propios medios. Ya Moscú no creía en lagrimas ni en la solidaridad internacionalista.

Y los cubanos conocimos la miseria como protagonistas hasta que nuestro gran líder y timonel de nuestros destinos comprendió que también él estaba a punto de "comerse un cable", abrió un poquito las puertas para que los frescos aires de un sistema de mercado nos llenara de esperanzas. Y de pronto comenzó a surgir el espejismo de un mundo de consumo que a unos pocos beneficiaba y que hoy a cada ratico te hacen oler para que no pierdas las fuerzas en el duro camino de vivir cada día en un país que aparenta ofrecerle a los extranjeros, justo lo que le niega a sus nacionales.

 El Maleconazo no fue el estallido de una turba de marginales aprovechándose de un momento de inestabilidad social, sino la desesperación de un pueblo que ya no podía conformarse con ver la Vida color de Rosa, observando una vidriera con artículos de primera necesitad a precios de lujo y esperar que desde Miami los ayudaran a comprarlos.

Los cubanos tenemos una habilidad como pocos para guardar los recuerdos que nos duelen en donde no nos afecte mucho. Es por eso que ahora no muchos recuerdan con dolor aquellos bochornosos Mítines de Repudio, los años en que tomarse un cocimiento de hojas de naranja agria era casi un lujo. Posiblemente vean o cuenten con nostalgia aquella etapa en donde muchos cubanos se lanzaron al mar en embarcaciones improvisadas o simples flotadores, para desaparecer en medio del camino.

Aquel brote de incorfomidad social, el único registrado y reconocido en toda la historia de la Revolución, ha quedado en la memoria de sus protagonistas... con esa capacidad que tenemos los cubanos para reirnos de nuestros problemas; hoy guardamos aquellos hechos en el lugar donde menos nos haga daño, o en donde podamos recordarlo de la manera menos dolorosa.






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